martes, 19 de mayo de 2009

La fe de Ratzinger

En "La fe de Ratzinger. La teología del Papa Benedicto VXI", Tracey Rowland nos presenta, expone y sitúa en su contexto el punto de vista del Papa sobre importantes cuestiones acerca de la revelación y la tradición, la liturgia y la estructura de la Iglesia, de la teología moral y de la política, del significado de la cultura occidental, así como su interpretación del Concilio Vaticano II. Examina detalladamente su relación con otros teólogos contemporáneos, y estudia el contraste entre la importancia que tiene San Agustín para el Papa Benedicto y el fuerte influjo de Santo Tomás de Aquino sobre sus predecesores. A lo largo de este texto, Tracey Rowland explica con claridad las ideas y conceptos fundamentales de Benedicto XVI. El libro incluye además una extensa bibliografía temática para los que deseen adentrarse aún más en el pensamiento del Papa.


Tracey Rowland, Doctora en Filosofía por la Universidad de Cambridge y Licenciada en Teología por la Universidad Lateranense, es la Directora del Instituto Juan Pablo II en su sede de Melbourne (Australia), donde ejerce además como profesora de Filosofía Política y de Teología. Es miembro del Comité Editorial de la versión en lengua inglesa de la revista Communio, fundada en sus comienzos entre otros por Joseph Ratzinger y Hans Urs von Balthasar. Su primera obra, Cultura y tradición tomista después del Vaticano II, será publicada próximamente en esta misma colección.


Titulo: "La fe de Ratzinger. La teología del Papa Benedicto XVI."

Autor: Tracey Rowland
Traducción: Sebastián Montiel Gómez
Colección: Areópagos
Editorial: Nuevo Inicio S.L.
Lengua: Castellano
Encuadernación: Rústica
Medidas: 155x215
Páginas: 328
ISBN13: 978-84-936102- 7- 2

P.V.P. 26,00 Euros

Disponible en las librerías de toda España y también on-line desde http://www.nuevoinicio.es/

Juan Pablo Colmenarejo habla con Manuel María Bru, sobre el libro "La fe de Ratzinger" en el programa "La Linterna" de la cadena COPE (02.09.2009)

viernes, 15 de mayo de 2009

¿Puede el hombre reconocer lo humano?

por Sebastián Montiel
Universidad de Granada


Los manuales de Inteligencia Artificial (IA) explican que el llamado “test de Turing” es una prueba en la que un juez (humano) trata de discriminar entre dos interlocutores ocultos, uno humano y otro cibernético, que contestan a sus preguntas. Todavía no se ha construido una máquina que haya aprobado el examen de Turing, aunque un famoso certamen anual, el premio Loebner, ha concedido ya varios galardones a algunos programas informáticos que han conseguido engañar a algunos jueces. Parece, pues, que los científicos sí que son capaces (por ahora) de discernir entre un hombre y una máquina, aunque la creencia de muchos de los que trabajan en IA es que llegará un día en que algunos autómatas inteligentes serán indistinguibles de los seres humanos. Llegado el caso, destruir un aparato de este tipo sería quizás un homicidio. Subyace a esta forma de pensar la idea de que lo específicamente humano es la inteligencia dialéctica y de que la apariencia corporal no es en absoluto determinante de la humanidad.

No obstante, nadie negaría su humanidad, desde la IA o desde cualquier otra perspectiva científica, a un hombre que, por estar bajo los efectos de alguna droga o tener sólo unos meses de edad, fuera incapaz de dar respuestas creíbles a las preguntas de la prueba de Turing. Tampoco discute nadie el carácter humano de algunos seres que, por accidente u otra causa, quedan definitivamente mermados en su inteligencia dialéctica, como ocurre, por ejemplo, con los aquejados de síndrome de Down o los muy ancianos. Es más, los seres humanos que sufren tales dolencias nos parecen muchas veces más dignos de respeto y merecedores de nuestros cuidados que los sanos. ¿A qué se debería en este caso la atribución del carácter humano? ¿Sería acaso discutible? Si bien es cierto que la sociedad nazi llegó a calificar a estos tipos de personas (y a las de raza judía, gitana o cultura católica polaca) como vivientes no humanos, la mayoría de nosotros negaríamos hoy la humanidad de los verdugos con más rotundidad que la de sus víctimas. Esto complica nuestra comprensión de lo humano, puesto que nos lleva a pensar que, así como la apariencia corporal, la inteligencia dialéctica podría no ser el rasgo determinante de la humanidad de un ser y que muy bien pudiera ocurrir que las tradiciones en las que ineluctablemente vivimos (y hemos de vivir) los hombres tengan algo que ver con nuestra forma de atribuir la humanidad.

Muchos lectores, no digamos ya mis compañeros biólogos o médicos de la academia, estarán pensando que la atribución del carácter humano a un ser se reduce a algo tan trivial como la obtención e identificación de un código genético, para lo cual no es necesaria ni siquiera la presencia de ese ser, sino sólo de un ínfimo vestigio suyo. Estamos acostumbrados a ver cómo los forenses determinan la identidad de un delincuente a partir de un pelo suyo o de un poco de su saliva. Un ser humano, podríamos concluir, es un ser vivo cuyo ADN está conformado de un modo preciso. Cuanto más parecido haya entre las secuencias del ADN de dos individuos vivientes mayor será el parentesco familiar o evolutivo entre ellos, aunque las apariencias o los comportamientos no sean similares. Así se entendería que algunos reclamen derechos humanos para los chimpancés, puesto que la diferencia entre sus códigos genéticos y los nuestros es proporcionalmente pequeña.

Me ha extrañado, pues, sobremanera que sean precisamente algunos médicos y biólogos (aunque ciertamente pocos y señalados) los primeros firmantes del contramanifiesto que los medios del grupo Prisa han promovido a toda velocidad para apoyar a la joven ministra proabortista Aído y oponerse así al llamado manifiesto de Madrid “en defensa de la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal” que habían firmado anteriormente casi dos mil académicos y profesores de universidad, entre los cuales me cuento. Más perplejidad aún me causa la razón que esgrimen: “El momento en que un ser puede considerarse humano no puede establecerse mediante criterios científicos”. Es decir, que la posesión de las características genéticas propias de la especie humana “no confiere al embrión la condición de ser humano”. Pretender lo contrario sería, dicen los científicos proabortistas, incurrir “en una utilización ideológica y partidista de la ciencia”. Me permito recordar que hace poco alegaba yo en esta tribuna de IDEAL esa misma razón ante algunos compañeros biólogos para negarles el derecho a concluir, de la aparición de aminoácidos en sus matraces hirvientes, la inexistencia de Dios. La misma ciencia que se sentía capaz de arrojar a Dios a las tinieblas de la nada se manifiesta incapaz de reconocer la humanidad que se muestra ante ella. Los antiguos pasajeros del ateobús científico son ahora humildes reconocientes de los límites metafísicos de la ciencia. La atribución del carácter humano, dicen, “entra en el ámbito de las creencias personales, ideológicas y religiosas”.

Desde el campo del Derecho, el profesor Gimbernat, uno de los expertos de la inexperta Aído, el que al parecer ha inspirado su reciente y sorprendente (para ella) distinción entre pecado y delito, ha llegado a afirmar, saltando audazmente el abismo que separa a El Mundo de El País, que “la equiparación de un óvulo fecundado microscópico o que mide pocos milímetros, sin forma humana ni actividad cerebral, con una persona es simplemente un insulto a la inteligencia”. El cóctel que el Derecho Penal y la pudorosa inteligencia han elaborado en la batidora craneal de Gimbernat acaba atribuyendo la identificación de lo humano, que la Biología Molecular políticamente correcta le niega al ADN, al tamaño, la forma y los procesos electro-químicos.

¿No recuerdan todos estos balbuceos de los hombres acerca de lo que constituye lo propiamente humano la hazaña del barón de Münchhausen que salió de una ciénaga tirándose de su propia coleta? Si la atribución de la humanidad es cosa de creencias, ideologías y religiones, reducidas a la privacidad moderna, ¿por qué dejar que una mayoría cambiante de legisladores determine cuándo un ser vivo es o no es humano y conceda a otro ser humano el derecho a matarlo? Pero no es así. Uno no aprende por sí solo lo que es un ser humano. El individuo (aunque sea el individuo científico) no puede reconocer al ser humano. Se aprende qué es lo humano en una comunidad que hace posible lo humano, y en la medida en que lo hace posible. La humanidad de un ser no se fundamenta en su nivel de inteligencia dialéctica ni en su apariencia ni en su tamaño ni en el patrón de su actividad cerebral. Ni siquiera en la estructura de su ADN (por una vez estoy de acuerdo con los contrafirmantes). La humanidad necesita encontrar su fundamento fuera de sí misma. No hay antropología que no sea teológica. Si no existiera Dios yo no creería en la existencia del hombre (en primer lugar, en la de la ministra Aído, y por eso probablemente la apoyaría). El único hombre que a mi juicio determinó con precisión lo que es humano fue el romano Poncio Pilato cuando, señalando a un condenado a muerte cuya apariencia repugnaba por la tortura, dijo: Ecce homo. Ahí tenéis al hombre. (Y la condena fue ejecutada.)

(Publicado en IDEAL, 6 de mayo de 2009)

martes, 12 de mayo de 2009

Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal


Estimados Amigos,

Con gran satisfacción les presentamos el primer libro de la Colección Profetas, titulado
“Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal”, obra de Charles Péguy.

Esta obra crucial de Charles Péguy que presentamos por primera vez en versión española, “Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal”, conocida también como Clío I, o versión primitiva de Clío, siendo un prodigio de hondura filosófica y de profecía sobre la historia, surge como respuesta dolorida a unos acontecimientos muy concretos de la vida de su autor. No obstante, el pensamiento de Péguy se eleva aquí desde las circunstancias singulares de su existencia para ofrecernos una de las reflexiones más descarnadas, más certeras y a la vez más amorosas que se hayan hecho jamás sobre la disolución de la dimensión más hondamente espiritual del hombre moderno. Una obra que, aunque escrita entre 1909 y 1912, por profética, tiene mucho que revelarnos a los hombres de hoy, creyentes o no. Que es, antes que nada, un grito esperanzado de Péguy en busca de luz sobre su vida misma. Nadie mejor para glosar el contenido de esta obra que su mismo autor: Voy a publicar en los Cahiers mis diálogos de la Historia. He hecho de ellos un ser vivo, Clío, hija de Memoria. Pobre Clío, se pasa el tiempo buscando huellas, y sus huellas nunca reproducen nada... El primer volumen se llamará Clío. El segundo se llamará Verónica... Clío se pasa el tiempo buscando huellas, huellas vanas, y una judía de tres al cuarto, una chavalilla, la pequeña Verónica, saca su pañuelo, y de la cara de Jesús toma una huella eterna. Eso lo pone todo patas arriba. Estuvo allí en el momento oportuno. Clío siempre llega tarde.

Ficha técnica

Titulo: Verónica. Diálogo de la historia y el alma carnal

Autor: Charles Péguy

Traducción: Sebastián Montiel

Colección: Profetas

Editorial: Nuevo Inicio S.L.
Lengua: Castellano
Encuadernación: Rústica
Medidas: 155x215
Páginas: 304
ISBN13: 978-84-936102-0-3

P.V.P. 27,00 Euros

Disponible en las librerías de toda España y también on-line desde www.nuevoinicio.es

El cuerpo de la compasión.


Estimados Amigos,

Con gran satisfacción presentamos la obra de Joel James Shuman un joven teólogo metodista, actualmente profesor de Teología Moral en el King’s College de Wilkes-Barre, en el estado de Pennsylvania. Es graduado en Fisioterapia por el Medical College de Virginia, licenciado en Teología y Doctor en Religious Studies por la Duke University. Ha trabajado especialmente con el teólogo metodista Stanley Hauerwas. Autor de numerosos artículos, tanto eruditos como divulgativos, sobre la relación entre la teología y la medicina. Además de la presente obra, ha escrito, junto con Keith G. Meador, Heal Thyself: Spirituality, Medicine and the Distortion of Christianity, editada por Oxford University Press en 2003, que será publicada también próximamente en la editorial Nuevo Inicio.

En El cuerpo de la compasión, Joel J. Shuman nos ofrece una novedosa e importante visión teológica acerca de la llamada bioética contemporánea, entrelazando su experiencia personal, una discusión crítica sobre la ética médica y una exploración de la alternativa teológica cristiana.

Inicia su reflexión con el recuerdo de la turbadora muerte de su abuelo, un hombre acostumbrado al trabajo duro en las montañas, apegado a la familia y a su tierra, que sin embargo sufrió una muerte solitaria en un hospital de ciudad, sin la presencia amorosa de los suyos. A partir de esa experiencia, Shuman analiza las causas que han ido haciendo que la medicina moderna apenas trate a los seres humanos más allá de su mera fisicalidad. Examina los intentos recientes de remediar esta situación con el establecimiento de protocolos y comités bioéticos y cómo esas estrategias han fracasado por la falta de una “preocupación de naturaleza teológica por el cuerpo del hombre”. De ahí pasa con habilidad a una discusión sobre la centralidad del cuerpo en el cristianismo y la virtualidad de la liturgia para conectar el cuerpo del hombre con el mismo cuerpo de Cristo. Con esta realidad en mente, nos propone una bioética cristiana, donde el cuidado del cuerpo de Cristo es el modelo de cómo cuidar de los demás y cómo aceptar los cuidados de los demás.

Estamos seguros de que esta obra será de gran interés tanto para los expertos o los interesados en la ética, como para los profesionales de la medicina y la enfermería y para todos los que se preocupan por las relaciones entre el cristianismo y las ciencias.


Titulo: El cuerpo de la compasión. Ética, medicina e Iglesia.

Autor: Joel James Shuman
Traducción: Francisco Javier Martínez
Sebastián Montiel
Rebeca Sendra

Colección: Areópagos

Publicaciones del Instituto de Teología
"Lumen Gentium" en Granada

Editorial: Nuevo Inicio S.L.

Lengua: Castellano
Encuadernación: Rústica
Medidas: 155x215
Páginas: 328
ISBN10: 84-934760- 8-0
ISBN13: 978-84-934760- 8- 3

P.V.P. 22,00 Euros

Disponible en las librerías de toda España y también on-line desde www.nuevoinicio.es

Marxismo y cristianismo




Estimados Amigos,

Con gran satisfacción presentamos la obra de uno de los más grandes filósofos del final del siglo XX y comienzos del XXI, Alasdair MacIntyre. Esta obra, publicada por primera vez en inglés en 1953 bajo el título Una interpretación del marxismo, aparece aquí tal como el mismo autor la revisó en 1965, y la ha vuelto a publicar en 1995, después de su entrada en la Iglesia Católica en 1982 tras un largo recorrido humano e intelectual. El mismo MacIntyre explica en parte ese recorrido en una Introducción fascinante que por sí misma haría valiosa la traducción de esta obra al español. En la obra misma hay, por supuesto, muchos razonamientos de valor permanente, y otros ciertamente discutibles, como el autor mismo es el primero en reconocer, pero ninguno que sea vulgar, o que no sea digno de consideración atenta.

Sin duda hay que leer esta obra a la luz de las reflexiones posteriores del autor, especialmente ese clásico de la filosofía contemporánea que es Tras la virtud (Ediciones Crítica, Barcelona, 1984), y también Tres versiones rivales de la ética: Enciclopedia, Genealogía y Tradición (Ediciones Rialp, Madrid, 1992), Justicia y racionalidad: conceptos y contextos (Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 1994), y Animales racionales y dependientes: Por qué los seres humanos necesitamos las virtudes (Paidos, Barcelona, 2001). Pero también esta obra sirve de contexto e ilumina aspectos y preocupaciones importantes de esos trabajos posteriores.

Marxismo y cristianismo tiene interés para todos aquellos que desean comprender mejor la cultura de la modernidad y las transformaciones que suceden en ella, y especialmente para quienes se preocupan por la relación entre cristianismo y modernidad. También es útil para poner de manifiesto la trágica falsedad de un modo de comprender el cristianismo que, tras el fracaso del marxismo en sus distintas formas, considerase como inevitable la necesidad de “complementar” la fe cristiana con la ideología sólo superficialmente rival del marxismo, el liberalismo.

NUEVO INICIO, en colaboración con el Instituto de Filosofía Edith Stein, de Granada, publicará próximamente las dos obras más recientes de MacIntyre: Edith Stein: un prólogo filosófico,1913-1922 (2005), y los dos volúmenes de sus Ensayos reunidos: La filosofía y sus tareas (vol. 1), y Ética y política (vol. 2), que recogen sus artículos más recientes, y han sido publicados en 2006.


Titulo: Marxismo y cristianismo

Autor: Alasdair MacIntyre


Traducción: Francisco Javier Martínez
Sebastián Montiel

Colección: Areópagos

Publicaciones del Instituto de Filosofía
"Edith Stein" en Granada

Editorial: Nuevo Inicio S.L.

Lengua: Castellano
Encuadernación: Rústica
Medidas: 155x215
Páginas: 144
ISBN10: 84-934760- 5-6
ISBN13: 978-84-934760- 5- 2

P.V.P. 19,00 Euros

Disponible en las librerías de toda España y también on-line desde www.nuevoinicio.es

Editorial Nuevo Inicio

La EDITORIAL NUEVO INICIO es una iniciativa del Arzobispo de Granada y de unos fieles cristianos, que juntamente ponen esta obra al servicio de la misión de la Iglesia, principalmente en la Archidiócesis de Granada, como parte de su responsabilidad en relación con la dignidad cultural de la fe cristiana, y con el presente y el futuro de nuestra historia.

La EDITORIAL NUEVO INICIO tiene como preocupación fundamental recuperar la conciencia, esencial a la experiencia cristiana, de que Cristo es el fundamento y la plenitud de lo humano, y poner de relieve, en los distintos ámbitos del saber y del obrar humanos, cómo Cristo, el Verbo Encarnado, “revela el hombre al hombre” (Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 22).

En este sentido, la EDITORIAL NUEVO INICIO quiere ser un instrumento pastoral en la superación del dualismo, sea de corte conservador o liberal, que es la causa singular más importante de la disolución de la Iglesia y de la pérdida de la fe en la sociedad contemporánea.

En este intento de superar intelectualmente el dualismo (secundando en esto al Magisterio de la Iglesia, que ya ha ofrecido las claves para esa superación), la EDITORIAL NUEVO INICIO acoge, sobre todo en su serie “areópagos”, voces del ámbito de la Reforma Protestante o de la Ortodoxia que han sentido la misma necesidad de superar las fracturas de la modernidad y de “retornar al Centro” de la experiencia cristiana, o que son críticos de las consecuencias del dualismo. Como es natural, esas voces no reflejan en todos sus detalles o en todas sus expresiones la enseñanza o la tradición católica. Y, sin embargo, en su orientación fundamental y en las claves que ofrecen, a veces estas obras son “más católicas”, e implican una comprensión de la experiencia cristiana más rica y profunda, más cercana a la gran tradición de la Iglesia, en ciertos aspectos, que otras producciones, incluso teológicas o “espirituales”, escritas por católicos.

El Señor, que no abandona a su Iglesia, nos llama hoy insistentemente – nos pone hoy en circunstancias que nos obligan – a ayudarnos para ofrecer al mundo juntos, en un esfuerzo de oración y de pensamiento común, el testimonio de Cristo Redentor, única esperanza del mundo. No es el futuro de la fe cristiana lo único que esta en juego en este testimonio: es el futuro del hombre, es la humanidad de lo humano.

Por eso, la EDITORIAL NUEVO INICIO publica sobre todo obras, del pasado y del presente, en las que se haga un juicio teológico de la realidad, del conocimiento y de la actividad humana, de la sociedad, en sus distintas dimensiones: desde las ciencias naturales o la medicina, hasta las ciencias humanas, hasta la vida sexual, familiar, o el mundo del comercio, de la empresa y de la polis. Sólo una humanidad nueva puede testimoniar que Cristo vive. Sólo hablando desde Cristo de las cosas de este mundo puede el testimonio cristiano sustraerse a la impresión de que Dios y Cristo, y todas las demás cosas que nombra la tradición cristiana, son palabras vacías, cifras de otras cosas que sí son reales, pero que no pasan de ser viejos intereses humanos conocidos. Sólo se habla bien de Dios cuando se puede reconocer su presencia en la realidad.