martes, 12 de mayo de 2009

Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal


Estimados Amigos,

Con gran satisfacción les presentamos el primer libro de la Colección Profetas, titulado
“Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal”, obra de Charles Péguy.

Esta obra crucial de Charles Péguy que presentamos por primera vez en versión española, “Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal”, conocida también como Clío I, o versión primitiva de Clío, siendo un prodigio de hondura filosófica y de profecía sobre la historia, surge como respuesta dolorida a unos acontecimientos muy concretos de la vida de su autor. No obstante, el pensamiento de Péguy se eleva aquí desde las circunstancias singulares de su existencia para ofrecernos una de las reflexiones más descarnadas, más certeras y a la vez más amorosas que se hayan hecho jamás sobre la disolución de la dimensión más hondamente espiritual del hombre moderno. Una obra que, aunque escrita entre 1909 y 1912, por profética, tiene mucho que revelarnos a los hombres de hoy, creyentes o no. Que es, antes que nada, un grito esperanzado de Péguy en busca de luz sobre su vida misma. Nadie mejor para glosar el contenido de esta obra que su mismo autor: Voy a publicar en los Cahiers mis diálogos de la Historia. He hecho de ellos un ser vivo, Clío, hija de Memoria. Pobre Clío, se pasa el tiempo buscando huellas, y sus huellas nunca reproducen nada... El primer volumen se llamará Clío. El segundo se llamará Verónica... Clío se pasa el tiempo buscando huellas, huellas vanas, y una judía de tres al cuarto, una chavalilla, la pequeña Verónica, saca su pañuelo, y de la cara de Jesús toma una huella eterna. Eso lo pone todo patas arriba. Estuvo allí en el momento oportuno. Clío siempre llega tarde.

Ficha técnica

Titulo: Verónica. Diálogo de la historia y el alma carnal

Autor: Charles Péguy

Traducción: Sebastián Montiel

Colección: Profetas

Editorial: Nuevo Inicio S.L.
Lengua: Castellano
Encuadernación: Rústica
Medidas: 155x215
Páginas: 304
ISBN13: 978-84-936102-0-3

P.V.P. 27,00 Euros

Disponible en las librerías de toda España y también on-line desde www.nuevoinicio.es

1 comentario:

  1. Charles Péguy: Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal Para mí, esta nueva y excelente obra de la también nueva y excelente Editorial Nuevoinicio supone un gran regalo y una reconfirmación vigorosa de la convicción básica y más profunda que alienta mi vida: “Voy a publicar, escribe Péguy, en los Cuadernos de la Quincena mis Diálogos de la Historia.
    He hecho de ellos un ser vivo, Clío, hija de Memoria. Pobre Clío, se pasa el tiempo buscando huellas, y sus huellas nunca reproducen nada... El primer volumen se llamará Clío. El segundo se llamará Verónica... Clío se pasa el tiempo buscando huellas, huellas vanas, y una judía de tres al cuarto, una chavalilla, la pequeña Verónica, saca su pañuelo y de la cara de Jesús toma una huella eterna. Eso lo pone todo patas arriba. Estuvo allí en el momento oportuno. Clío siempre llega tarde”. El mejor intérprete de la historia no es Hermes, es Jesucristo, su protagonista salvífico. En su excelentísimo prólogo, el también traductor de la obra y de las numerosas notas que ayudan magníficamente a situarla, afirma: “Esta obra –escrita entre 1909 y 1912- que ahora publicamos por primera vez en español es una de las reflexiones más descarnadas, más certeras y a la vez más amorosas que se hayan hecho jamás sobre el hombre moderno y la Iglesia” (Sebastián Montiel, Prólogo).
    Según el cardinal Daniélou, las intuiciones fundamentales sobre la fe contenidas en la obra de Péguy son tres: la primera, que el cristianismo no es una secta de puros, sino una muchedumbre inmensa de santos y pecadores; la segunda, que el cristianismo no es sólo una adhesión personal, sino también una tradición social, que se trasmite a través de la familia; la tercera, que no hay separación entre religión y civilización, sino que lo temporal tiene una dimensión sagrada.
    Péguy fue –y eso se percibe diáfanamente en su discípulo Mounier- un hombre entre el cielo y la tierra, en unitaria tensión indisoluble; fue, pues, la encarnación de las virtudes cardinales en las teologales, y eso se refleja muy particularmente en esta Verónica, que no es otra que el propio Pëguy.
    Las siguientes: virtud de la excelencia y esmero profesional (“Esos pobres Cuadernos de la Quincena –escribe Édouard Pelletan- impresos en ese papel basto y amarillento son el único monumento tipográfico que nuestro tiempo puede oponer a los grandes impresores del siglo XVI”); virtudes de fortaleza valiente (“Tomo a mi cargo, si las hay, las pérdidas de la librería. Los beneficios de la librería, si los hay, serán repartidos entre todos”); virtudes de fortaleza militante (5 de enero de 1900: “Decir la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad; decir tontamente la tonta verdad, decir enojosamente la enojosa verdad, decir tristemente la triste verdad”); virtudes de fortaleza eclesial (“Nuestro cristianismo no será nunca ni un cristianismo parlamentario, ni un cristianismo de parroquia rica. Notre jeunesse”); virtudes de fortaleza paciente (“Recé una hora dentro de la catedral... Recé, viejo, como nunca había rezado. Pude rezar por mis enemigos; eso no me había pasado nunca. Cuando digo enemigos sabes bien que no hablo de Laudet; por enemigos como ése soy capaz de rezar todos los días.
    Pero hay ciertos enemigos, ciertas cualidades de enemigos que, si tuviera que rezar por ellos normalmente, me producirían inevitablemente una crisis hepática”); virtudes de fortaleza dialéctica (“En el cielo no hay
    aburrimiento: allí no hay ni obispos ni beatas”); virtudes de fortaleza arraigada en la gracia (“El viejo tronco echará hojas y ramas, una vez más la savia trabajará el viejo ronco, y el viejo ronco volverá a florecer, el viejo tronco echará yemas y flores, hoja y frutos. Una vez más la gracia trabajará”). ¡Cuánto me han ayudado personalmente la ejemplaridad virtuosa de mi maestro Mounier y del maestro de mi maestro y por ende también maestro mío Charles Peguy! Si este libro no tiene lectores, tendré que buscárselos.
    Carlos Díaz

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